María G. Amilburu señala en el prólogo al libro Voces de la Filosofia de la Educación que en el panorama de la práctica educacional y de los estudios sobre ella
en la actualidad, se muestran dos tendencias contradictorias referidas al lugar y papel de la filosofía en la educación, a saber: " Una, que subvalora, minimiza, tergiversa y trata de quitarle espacio a la presencia y función de la filosofía en la esfera educacional. Por otro lado, se encuentran posiciones referidas a la relevancia y necesidad de continuar acudiendo al conocimiento filosófico para comprender de mejor manera el mundo actual con sus contradicciones, riesgos y tendencias, sobre todo direccionado a orientar una mejor y más adecuada transformación y mejora de la sociedad y del ser humano, parte
inalienable de lo cual debe ser considerada la educación”
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La Filosofía de la Educación, desde nuestra perspectiva, se integra claramente en la tendencia que reconoce el papel insustituible de la reflexión filosófica en el conjunto de la vida humana y, de modo particular, en una de las labores más necesarias, de mayor responsabilidad –y también más bellas– a las que puede dedicarse un
ser humano: la tarea de educar.
En el marco de un contexto que pretenda ser formativo, una educación sin Filosofía sería miope, y la Filosofía de la Educación que no tuviera como referente principal incidir positivamente en las prácticas educativas concretas resultaría estéril. Por lo tanto, es preciso que los estudiantes que han abrazado el camino del profesorado, adquieran una mayor familiaridad con la rica tradición de contenidos y procedimientos filosóficos que son relevantes para el buen ejercicio de su trabajo, del mismo modo que se esfuerzan por mejorar los aspectos prácticos y técnicos de su profesión.
Los educadores han de realizar su labor con una perspectiva amplia, que sin atender exclusivamente a los requerimientos urgentes del presente inmediato, tenga en cuenta las consecuencias de sus acciones a medio y largo plazo. Se precisa una visión que conecte el esfuerzo diario con el empeño por construir un futuro mejor para cada uno de los alumnos y para la sociedad en su conjunto. Por eso, si los profesores no cultivaran una actitud filosófica, su trabajo correría el peligro de
astillarse en un caleidoscopio de prácticas y técnicas erráticas, sin sentido de la orientación. Y si los filósofos de la educación no se plantean en sus reflexiones los problemas educativos prácticos, reales, no verán
fructificar nunca su especulación
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La Filosofía de la Educación, como actitud vital y disciplina académica, constituye en la actualidad un área de conocimiento muy dinámica. En tal aspecto, consideramos que la misma debe motivar la praxis educativa de quienes han elegido desarrollar su vocación docente.